SEMBRANDO AMOR Y CONCIENCIA

lunes, 20 de abril de 2009

POETA: César Abraham Vallejo Mendoza

(Santiago de Chuco, 16 de marzo de 1892 – Paris, 15 de abril de 1938)

Es considerado, con razón y justicia, “la primera voz universal de la poesía peruana”. Fue todo un revolucionario de la poesía, adelantado para su época. Sus poemas son gritos de justicia social y han sido traducidas a cientos de idiomas en todo el mundo.

Nace en el seno de una familia con raíces españolas e indígenas. Sus padres fueron don Francisco Vallejo y Doña Santos Mendoza. Fue el menor de 12 hijos y desde niño conoció la miseria, pero también el calor del hogar, lejos del cual sentía una incurable orfandad.

Siguió estudios de Letras en la Universidad Nacional de Trujillo, donde compartió experiencias políticas e intelectuales con el grupo Norte, integrado por Antenor Orrego, José Eulogio Garrido, Alcides Spelucín, entre otros. Escribió en el periódico "La Reforma". Enseñó en el colegio "San Juan", donde fue maestro de Ciro Alegría, quien luego escribiría “El césar vallejo que conocï”.

En 1918 publica su primer libro de poemas: Los Heraldos Negros, el libro une la vida familiar provinciana con un sentimiento de solidaridad universal. Se desata toda una polémica en si lo escrito por vallejo es poesía o no. Clemente Palma califica de “adefesio” a los versos de El poeta a su amada.

En los Heraldos Negros, está presente, también la protesta contra el destino del hombre, contra ese hado inexorable que nos aherroja, que golpea al humano, entre los que, muy dolido, se encuentra el propio Vallejo, que sufre sin saber por qué.

Regresa a Santiago de Chuco para participar de su fiesta patronal, como despedida del país, pues ya pensaba viajar a Europa para nutrirse de nuevos conocimientos – aunque después afirmaría que allí no aprendió nada -. Tras una revuelta durante la fiesta, es acusado injustamente de incendiario y encarcelado durante 112 días.

Más adelante, en varios poemas de su libro “Trilce” (1922), se notaría la enorme herida abierta en el corazón de Vallejo por esta desagradable experiencia, resentimiento que sería permanente en su vida.

Trilce renueva el lenguaje poético hispanoamericano, en ella, Vallejo se aparta de los modelos tradicionales que hasta entonces había seguido, realizando una angustiosa y desconcertante inmersión en los abismos de la condición humana que nunca antes habían sido explorados.

Trilce fue una hazaña descomunal que significó la ruptura con al tendencia del pasado literario, la norma poética y la expresión lingüística tradicional, ya agotadas. Con ella, Vallejo se libera de la Métrica y la Sintaxis que lo sujetaban en Los Heraldos Negros.

Vallejo salió en defensa de Trilce: “Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre, y de artista, ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mejor cosecha artística…”

En 1923 viaja a París, donde intensifica su producción literaria y periodística. Colabora, desde allá, con las revistas peruanas "Presente", "Variedades" y "Amauta". Edita en Francia la revista "Favorables" y colabora en "Journal" de París. Por primera vez es incluido en el "Nuevo Índice de la Poesía Latinoamérica".

En 1928 conoce y comienza a convivir con Georgette Philippart. Ese año viaja a la Unión Soviética y a su regreso a París rompe con el APRA, declarándose comunista. En 1931 publica su novela El Tugsteno, un fiel relato de la realidad vivida por los campesinos del Perú, en aquel entonces, con la llegada de empresas mineras que no entendía ni respetaban sus modos de vida y más bien se aprovechaban de su ingenuidad.

Viaja de nuevo a la Unión Soviética y se inscribe en el Partido Comunista de España. En 1932 regresa a París y vive en la ilegalidad. Vuelve a España, donde estalla la guerra civil y le inspira su tercer libro: España, aparta de mí este cáliz. Entendió que allí, la humanidad estaba luchando contra nuevos y más feroces heraldos negros. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Madrid.

Con este poemario, la poesía de Vallejo va por la vertiente de la poesía de la Literatura Social y Revolucionaria. Su humanismo esencial aparece aquí encarnado, junto a la crisis del hombre y de sociedad, cargado de una atmósfera mortuoria como la visión de su propio fin. Nos obliga a pensar en las angustias y esperanzas de todos aquellos que, con el “estómago vacío, no tienen ni siquiera una piedra en qué sentarse”.

Fallece el 15 de abril de 1938 -tras regresar a Paris- un día lluvioso de viernes santo. Sus restos descansan en el cementerio de Mount-Rouge, en Francia. En 1939 se editaron, de manera póstuma, los “Poemas Humanos”, escritos en 1937.

LOS NUEVE MONSTRUOS

I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato,
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de sér, dolernos doblemente.

Jamás, hombres humanos,
hubo tánto dolor en el pecho, en la solapa, en la cartera,
en el vaso, en la carnicería, en la arimética!
Jamás tánto cariño doloroso,
jamás tan cerca arremetió lo lejos,
jamás el fuego nunca
jugó mejor su rol de frío muerto!
Jamás, señor ministro de salud, fue la salud
más mortal
y la migraña extrajo tánta frente de la frente!
Y el mueble tuvo en su cajón, dolor,
el corazón, en su cajón, dolor,
la lagartija, en su cajón, dolor.

Crece la desdicha, hermanos hombres,
más pronto que la máquina, a diez máquinas, y crece
con la res de Rousseau, con nuestras barbas;
crece el mal por razones que ignoramos
y es una inundación con propios líquidos,
con propio barro y propia nube sólida!
Invierte el sufrimiento posiciones, da función
en que el humor acuoso es vertical
al pavimento,
el ojo es visto y esta oreja oída,
y esta oreja da nueve campanadas a la hora
del rayo, y nueve carcajadas
a la hora del trigo, y nueve sones hembras
a la hora del llanto, y nueve cánticos
a la hora del hambre y nueve truenos
y nueve látigos, menos un grito.

El dolor nos agarra, hermanos hombres,
por detrás de perfíl,
y nos aloca en los cinemas,
nos clava en los gramófonos,
nos desclava en los lechos, cae perpendicularmente
a nuestros boletos, a nuestras cartas;
y es muy grave sufrir, puede uno orar…
Pues de resultas
del dolor, hay algunos
que nacen, otros crecen, otros mueren,
y otros que nacen y no mueren, otros
que sin haber nacido, mueren, y otros
que no nacen ni mueren (son los más)
Y también de resultas
del sufrimiento, estoy triste
hasta la cabeza, y más triste hasta el tobillo,
de ver al pan, crucificado, al nabo,
ensangrentado,
llorando, a la cebolla,
al cereal, en general, harina,
a la sal, hecha polvo, al agua, huyendo,
al vino, un ecce-homo,
tan pálida a la nieve, al sol tan ardio!
¡Cómo, hermanos humanos,
no deciros que ya no puedo y
ya no puedo con tánto cajón,
tánto minuto, tánta
lagartija y tánta
inversión, tanto lejos y tánta sed de sed!
Señor Ministro de Salud; ¿qué hacer?
!Ah! desgraciadamente, hombres humanos,
hay, hermanos, muchísimo que hacer.

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